Estamos otra vez en 1993, tengo 37 años y seguimos mi hermana Cristina y yo, haciendo el Camino de Santiago. Después del duro día anterior cuando creímos perder la cámara de fotos y de una noche de sueño reparador en un buen albergue, nos preparamos para un nuevo día... el último antes de llegar a Santiago de Compostela. Pero como habíamos quedado con Jorge -otro de mis hermanos- para entrar los tres juntos, decidimos hacer la última parada en el albergue de el Monte do gozo y  reunirnos en San Marcos, a menos de 10 km de nuestra meta final. 

Llegamos al monumento en la cima del monte felices y orgullosas del camino hecho y la experiencia vivida. Nos hacemos la foto de rigor y vamos a llamar al hotel y quedar con Jorge para el día siguiente... escucharnos por teléfono tiene un efecto muy curioso, se le nota la emoción y hasta un puntito de orgullo (somos sus dos hermanas pequeñas) y nosotras aguantamos las lágrimas... pero no ha hecho más que empezar. A lo lejos se divisan -entre brumas- las torres barrocas de la catedral y nuestros ojos siguen inundados.

Amanece y estamos ansiosas de encontrarnos. Sigue lloviendo ese calabobos persistente que hace la bajada más lenta. Nos abrazamos los tres a las puertas del hotel. Jorge intenta protegernos con su paraguas y le decimos que es una bendición llegar a Santiago bajo la lluvia. Ya no duelen los dedos de los pies. Ya no importa caminar de charco en charco. La mochila se ha hecho liviana. Nuestra meta está cada vez más cerca. La espesura de las arboladas tiene un encanto especial cuando se abre y nos muestra una carretera que hierve de vida y seguimos las flechas que nos llevan a la calle del peregrino, la gente nos sonríe al pasar y hay una señora que nos dice -si os dais prisa llegáis a la misa del peregrino...Es realmente alucinante. La gente que tapona la entrada se va apartando y nos van haciendo pasillo para que lleguemos hasta el interior de la catedral, dándonos cariñosas palmaditas en las espaldas y nos ayudan a quitarnos las mochilas. Es año jacobeo y sobre nuestras cabezas vuela el botafumeiro a impulso de los tiraboleiros. Nos miramos los tres y nos descubrimos llorando como críos. La experiencia es inolvidable.

Acabada la misa, regresamos al hotel -ya en taxi- para darnos un baño en condiciones y perfumarnos, intentando borrar de nuestra piel el olor a sudor, a vaca, a humedad... a miedo.

Nos fuimos a recorrer los bares y nos pusimos ciegos de pulpo, nécoras, centollos, vieiras... regado todo con distintos vinos de la tierra. La gran aventura fue encontrar percebes -Cristina quería probarlos. Era demasiado tarde y en todos los sitios se habían acabado, pero los encontramos en una taberna maloliente y pequeña regentada por una señora de edad incalculable, aunque yo no le echo menos de ochenta años, a precio de oro y acompañado del mejor ribeiro que habíamos bebido hasta el momento. Lo que nos llevó a pensar que no debemos fiarnos de las apariencias, nunca.

Todavía seguimos un día más en Santiago, reponiendo fuerzas, preparando el cuerpo para las casi doce horas de tren que nos llevaría de vuelta a casa. De vez en cuando miro las fotos y no puedo evitar una sonrisa, con cierta "saudade".

Este mismo año "El último de la fila" publica la canción "El que canta su mal espanta"

7 comentarios:

Ana está loca por hacer ese camino. Y yo estoy dispuesto, claro, a vivir experiencias de senda. Pero nada de albergues. Tienda de campaña.

Un beso, Mariluz.

Curiosamente no recuerdo muchas cosas concretas de ese año post olimpiadas. A parte de que las cosas no iban muy bien con una crisis “rara”. Pero de lo que si me acuerdo es del Último de la fila. Asistí a varios conciertos suyos.
Tengo buenos recuerdos de ellos pero desubicados en el tiempo. A ver un día consigo poner la fecha en el recuerdo apropiado.
Qué gran ocurrencia tuviste cuando ideaste este blog.
Un abrazo

Supongo que comprendes que si tu sientes una cierta "morriña" (saudade es portugués), yo no pueda salir de Galicia sin llorar como una loca y desear volver desde antes de haber salido.
El monte do Gozo se llama así por la sensación que produce en el peregrino al ver las torres de la catedral.
Y, cuando repitas, el último albergue será Paradela, pero tendrá que ser antes de otro jubileo, que ya sabes que tardará en llegar.

Galicia es mi segunda casa y Santiago fue mi pequeño refugio. Hoy en día, después de mi derrame cerebral, solo camino por las calles de A Coruña, pero Santiago siempre estará en el horizonte.

Blogsaludos

Que experiencia tan gratificante y entrañable. Yo no he hecho el Camino de Santiago (y no me faltan ganas), pero mi hijo lo hizo y llegó con el alma ensanchada y una luz distinta. Todo en él era puro espíritu.

Un abrazo

Hola Mariluz! Vine a contarte que el estaré en España en algunos recitales de poesía y también para seguir presentando mi novela, Detrás de las sonrisas. El 29-9 estaré en Cordoba, en la Tetería Omundo, después, el 6, 7 y 8 de octubre en Ourense, y del 15 al 19 de octubre en Zaragoza. Ya te iré diciendo los lugares y si se agregan otras fechas. Saludos.

Pues si la experiencia fue hace años y eres capaz de contarla con esa emoción es porque realmente fue así, emocionante.
Me encantó el detalle de que os abrieran paso en la catedral y que os animaran. Me encantó.
El remate con comilona, también ¿eh?
Besos.

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