Verano de 1964, tengo 8 años y me han mandado de vacaciones a Algeciras. Por si no lo sabes soy de Marbella y allí vivo, pero me mandan cada verano a la casa de unos primos de mi padre, para pasar unas cuantas semanas... soy la atracción de todos los vecinos de la empinada calle, porque hay muy poca chiquillería, así que me dejo querer y me convierto en 'niña de compañía' de algunos de ellos; ¡ah! ¿que no sabes qué es eso?, te explico:
la casa que está justo a la izquierda -bajando la cuesta- tiene un inquilino muy particular, es ciego y cuando lo oigo llegar a varios metros de distancia -porque le suenan los zapatos y su bastón apenas rozando el suelo- salgo corriendo y le tomo de la mano para ayudarle a bajar los espaciados escalones de la calle, que por cierto se conoce millones de veces mejor que yo...
- él: (haciendo presión en mi mano) cuidado que aquí hay una piedra que se mueve... cuida que esa piedra resbala más que ninguna... no pises ese charco.
- yo: ¿y cómo sabe usted eso si no ve?
- él: ah, eso te lo enseñaré el verano que viene, cuando vuelvas... (siempre igual).
Cuando llegamos a su puerta pliega su bastón y lo pone entre su mano y la mía mientras, con la otra saca del bolsillo una chingua grande, envuelta en papel blanco-rosado, que desprende el aroma de la fresa tan característico en los chicles británicos (porque eso es lo que significa chingua: chicle, deformación de "Chewing gum ") y la pone en mi mano recordándome que es para después de comer.
La casa que está justo frente a la de mi amigo ciego, también tiene unos inquilinos peculiares; empezando por la "matriarca" de la saga, que siempre está sentada en una mecedora y a la que nunca he visto sonreír; su hijo tiene un bar (de los elegantes) y vende cigarrillos liados a mano... bueno, con ayuda de una maquinita a manivela ¡fantástica! y la "señora" me deja usarla -bajo su supervisión- a cambio de estar a su lado ¡callada! y escuchando sus historias... no sabe que a mi no me gusta hablar y me encantan las historias (¿o acaso lo intuye?), pero tenemos un acuerdo tácito: en cuanto suena la puerta de la calle ella guarda silencio y yo lo dejo todo, permaneciendo las dos como estatuas de sal.
-nuera: ¡madre, no puede tener a esta pobre niña ahí sentada sin dejarla jugar con los de su edad o refrescándose en el patio con los demás! ¡vamos a la cocina a por una limonada!.
- yo: no, no, no si yo ya me iba ¿verdad señora?... (mientras me pongo roja como la grana y me dirijo a la puerta... tras de mi se oye un rosario de murmullos que no acertamos a oír con claridad. Me vuelvo corriendo, le rozo un beso en la frente a la "señora" y salgo pitando de allí).
Como casi todos los días.
La hora de la siesta es sagrada en una tierra, cuyas temperaturas en julio y agosto no tienen que envidiar nada de los veranos de Sevilla o Córdoba. Todas las casas están cerradas a cal y canto, para que no se cuele ni un ápice del fuego que agosta hasta las ideas. No hay un alma en la calle... ¡salvo yo! No soy de siesta y ya se han dado cuenta de que obligándome a acostarme no hago más que molestarles, así que tengo vía libre al patio o la calle ¡¡pero sin hacer ruidos!! Para refrescar algo la entrada de la casa, baldean y se forman charquitos entre el empedrado de la calle. Y allí encuentro mi mejor entretenimiento: armada de unas pinzas de depilar y un tubo de pastillas okal, espero pacientemente a que las avispas se posen en esos oasis... ¡ahá! con el tubo atrapo una, con cuidado pongo el tapón y agito un poco pa'atontarla y lo vuelvo a abrir, efectivamente está grogui y aprovecho para quitarle las alas y la dejo en el charquito... ¡a por otra!... y cuando se empiezan a abrir las persianas y los demás niños salen, yo recojo todo y les muestro mi tesoro: un tubo de pastillas llenito de avispas des-aladas y listas para quitarles el aguijón. Pero eso es otra odisea.
Cuatro casas más abajo, en la acera de enfrente, ya están preparadas las dos hermanas -de mediana edad- para ir a la playa y yo -como soy niña de compañía- me voy con ellas todas las tardes, unas veces a la de Getares otras a la del Rinconcillo, o al río Palmones... ya no les enseño mi tesoro de avispas. La primera vez dieron tal grito que casi salen a la calle todos los vecinos a ver quien se había muerto. Había unos días cada mes que no iban a la playa porque recibían "cierta visita impertinente", entonces me iba con mi prima Juanita o tío Juan... esos días eran divertidos porque íbamos a la ballenera a pescar cangrejos...
En Marbella tenemos tv, aquí no hay -solo en la casa de enfrente- por eso todas las noches hay tertulia en las puertas de las casas, a modo de 'borrador' de un "sálvame delujo" tan de hoy, con todos sus ingredientes.
* a los algecireños se les llama también "especiales"
"The animals" versionaron en 1964 "The house of the Rising Sun", añadiendo uno de los arpegios más hermosos y que más veces se ha tocado en la historia de la música folk-rock
Puntos de
Mariluz GH
4 comentarios:
Recuerdos y más recuerdos son los que despiertan del letargo al cual los tengo sometidos cuando entro en tu espacio, aparece una fecha y esa frase lapidaria que dice... tengo 8 años.
Entonces busco en mi baúl particular e intento asociar anécdotas a una edad determinada. Me haces pensar. Querer esa época donde la inocencia y el descubrimiento de las cosas parecía hacernos más importantes de lo que hoy es cualquier chico con esa edad que nosotros, tuvimos y lo que es más importante.... vivimos intensamente.
Un abrazo
:-)
Uno de los juegos de mi niñez, también a la hora de la siesta, era, junto a uno de mis hermanos, cazar moscas con la mano e introducirlas en un botellín. Luego a contarlas a ver quién había cazado más.
¡Que recuerdos más entrañables me has traido, Mariluz!
La playa del Rinconcillo con el Peñón al fondo. Años 70 en un magnífico chiringuito cubierto de cañas. Mi padre echa unas 'pachangitas' a la pelota, en la arena, con Paco de Lucía... ¡Que dulces recuerdos...!
No está nada mal, eso de haber sido 'niña de compañia' :))
Respecto a las avispas...¡uf...! ¡Si yo te contara...!
Gracias por las sensaciones.
Un abrazo.
Eras una apreciada niña, con quién jugar, mostrarse en la vejez o disfrutar de silencios y sorpresas.
Me encantan tus recuerdos, tus años pasados, tu manera de contar las sensaciones de un verano infantil; tan evocador de alguno mío...
Un abrazo!!
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Un punto de locura ¡sí! ... pero siempre desde el respeto