Tengo 14 años y estamos en 1970, preparando la fiesta de fin de curso; ya te he dicho que estudio en un colegio de monjas y en tiempos del dictador, así que -aunque mis monjas son de lo más guay que te puedas imaginar- no esperes grandes alardes ni despilfarros. Pero nos dan carta blanca para que un grupito prepare todo el tinglado. Yo formo parte, somos 7 y cúrsiles como nosotras solas -nuestras modelos a imitar son 'las mayores'- nos hacemos llamar "the seven girls".
Ya tenemos el guion y lo entregamos. Cada curso sabe qué tienen que hacer y cómo. Pedimos permiso para hacer un 'numerito musical' las seven y pasamos 'la censura'... (claro que no dijimos la canción que íbamos a bailar jeje) factor sorpresa.
Efectivamente, la sorpresa fue mayúscula... cuando se abre el telón aparecemos "the seven girls" vestidas y maquilladas a lo flower power. Al desconcierto inicial de las monjas y las bocas abiertas de las pequeñas se sumó el silencio que se instaló en el escenario... la música no empieza... todas miramos el picú (tocadiscos) ¡se ha desenchufado! noooo la monja encargada del telón, cuando nos vió de esa guisa boicoteó la actuación (bueno lo intentó) pero una de las compañeras que nos había maquillado se la llevó a un aparte mientras -en un pis pas- enchufamos y empieza la magnífica canción:
"Mony Mony" de "tommy james y the shondells" del año 1968
Bailó hasta el apuntador (y nunca mejor dicho)... hicimos varios 'bises' y la fiesta acabó bajándonos del escenario y sacando a bailar a todas las monjas, a las jóvenes ¿eh? que no somos tan gamberras.
1978, tengo 22 años, dos muletas y grupo de preadolescentes que me siguen a todos sitios.
Es la fiesta de fin de curso y, para el evento, la comunidad religiosa y la Asociación de Padres de Alumnos -todavía 'padres' identificaba a ambos progenitores-, decidió salir a celebrarla en la Hacienda de toros, junto con los alumnos, padres, profesorado, y colaboradores externos -donde me incluyo- para pasar un gran día. Cierto que lo fue.
Tras los bocatas y demás llega la hora de reunirnos en el ruedo... han preparado una serie de juegos muy divertidos y concursos para todas las edades -como es lógico y normal en una fiesta escolar- así que a mí, mis niñas, me tienen preparada la sorpresa de participar en el consurso de beber en porrón, una mezcla asquerosa de vino tinto peleón mezclado con agua, 'a temperatura ambiente' de la Costa del Sol en junio.
Empieza la eliminatoria y uno a uno van cayendo del taburete -bien por derramar más que tragar o bien por no poder con el asqueroso brebaje- los padres 'más duchos en beber'. Así quedamos dos, 'encarnamore' una de mis niñas y yo. El público grita con fervor nuestros nombres. Nos miramos... nos deseamos suerte y vuelta a llenar el porrón de brebaje y a tragar sin derramar ni una gotica... el duelo es 'a muerte', ninguna quiere ceder ¡¡llena ese porrón!! -repetimos-... así seguimos hasta que un golpe de tos frena la batalla. El ruedo se silencia de golpe. Yo no sé qué pasa, porque bebo con la cara hacia el sol y los ojos cerrados para no cegarme. De pronto siento un tirón en mi brazo, que ha sido levantado hasta tres veces mi estatura... el público ruge de nuevo... ¡¡¡he ganado!!! me llevo a casa tres porrones color caramelo y un sabor en el paladar que ni te cuento.
Tras la entrega de premios suenan los clarines... sí, sí, sí... hay vaquillas, pero tranqui que yo ¿a dónde voy con muletas?... ¡¡afortunadamente!! ;)
Tengo 39 años así que estamos en 1995, y eso quiere decir que llevo dos años con el grupo de Confirmación. Después de algunos años he vuelto a las catequesis y me han asignado un grupo -de adolescentes- realmente encantador. Los chicos, además de guapos, son inteligentes, rara mezcla ¿verdad?... pues no te digo nada de las chicas.
Para cerrar el curso, he decidido que nos vamos de convivencia un fin de semana al campo. Concretamente al Fuerte de Nagüeles. Situado en el mismo pueblo, lo que ayuda a que los padres estén más tranquilos, pero también lo bastante apartado como para no tenerlos rondando por allí a ver qué hacen "sus hijos con sus hijas", y "mis niños" estén lo suficientemente relajados como para comportarse como son ellos en realidad...
Después de repartirnos las camas (chicos habitación chicos - chicas habitación chicas), de recorrer el interior y exterior para conocer dónde está cada sitio, de hacer un par de trabajos de grupo y -sobre todo- después de cenar, nos montamos una pequeña velada nocturna en uno de los torreones del fuerte. La idea es poner en común la experiencia de convivir y -música en vivo incluida- pasar un rato agradable y distendido.
Es casi media noche y tras los momentos serios y de canciones, Téllez tiene la feliz idea de que contemos historias de miedo. La poca luz ayuda a crear el ambiente adecuado. Nos sentamos en un pequeño círculo y casi en susurros vamos desgranando cuentos. No recuerdo si era yo quien estaba en uso del miedo -digo de la palabra- el caso es que, cuando más interesante estaba la cosa, cuando todos estábamos más relajados sin mirar a los lados apareció -de la nada- un perro corriendo a todo correr pasando a escasos centímetros de nosotros... nos pusimos de pie en un salto gritando y abrazados unos a otros, temblando de miedo y al mismo tiempo llorando de la risa...
Ahí acabó la velada, aunque no la noche porque, después de superado el susto, me llegó el alba, intentando que durmieran, descansaran la "sin hueso" y me dejaran recuperar fuerzas para el día siguiente... imposible de lograr ¿verdad? pues casi... saqué mis garras de loba y conseguí que se durmieran ¡¡pero a la hora que tenían que levantarse!!
Juventud, divino tesoro.
Este año Luis Miguel publicó un doble cd, llamado El concierto, que grabó en directo en 1994 y contiene esta canción que es una de las pocas que me gustan de él